martes, 26 de enero de 2010

Boom Boom Kid


La Bomba de tiempo: la luz del ritmo
El grupo de percusión que lidera Santiago Vázquez está provocando un fenómeno inusitado. Todos los lunes, en el Centro Cultural Konex, convoca a unos 3.000 chicos y chicas que escuchan y bailan y transforman el lugar en un mix de peña y rave. El suceso se prolonga en bandas como El Choque Urbano.

Por Facundo Lozano.
Clarín - Suple Espectáculos - 25/01/10

Un ave fénix con un pañuelo en su cabecita se asoma entre los brazos que gotean transpirados. En realidad, es un muchacho que, en cuero y con la euforia propia de quien renace luego de un importante letargo, vitorea a La Bomba de Tiempo. El flash no es casual. "Le decimos el Águila. Viene siempre", apunta un allegado a la orquesta de percusión que hace ya cuatro años se presenta en el Konex casi ininterrumpidamente.

Porque si la percusión suele relacionarse con los rituales, a juzgar por lo que pasa con las más de 3 mil personas semi desnudas que se mezclan cada lunes se podría tildar de chamán o incluso, con una literalidad extrema, de manosanta a Santiago Vazquez, director. De ahí, tanta espiritualidad: "Yo siento que tengo una misión y que nuestro objetivo tiene que ver con la exploración de lo rítmico en un estado más bien universal".

En un "mal día" (para el dueño del lugar y la banda) 2 mil personas hacen cola para bailar, charlar, tomar, mirar: podrían llenar River cada cuatro meses. Si la bomba no estalló le pega en el palo. Esto no le da ni le quita valor a este ensamble experimental, pero sí lo viste con la ropa de fenómeno: "Cuando imaginé este proyecto lo que pensé en primera instancia fue bastante parecido a esto, pero el nivel de interacción y de energía en el grupo y con el público es mucho más intenso", explica Vázquez, que cosechó su experiencia y prestigio tocando como solista, con artistas como Pedro Aznar, "Mono" Fontana y Lito Vitale, y en distintos grupos como Puente Celeste y Colectivo Estereofónico.

Santiago Vazquez, sorprendido, se hace cargo de lo que considera que fue construyendo y se explaya acerca de su misión de descubridor: "A mí me sirve como guía una analogía respecto a lo que pasa en el camino de una piedra preciosa. Hay gente que se dedica a buscarlas en las profundidades; después, tienen que llegar a la superficie y tiene que haber alguien que las pula, otro que les saque brillo y también el que las comercialice, que las haga más accesible a la persona que va a disfrutar de esa entidad".

En ese sentido, La Bomba de Tiempo podría certificar que la música ya no vende tanto como un evento. Porque a la transpiración, los vasos que chorrean y, claro, el levante, hay que incorporarle el hecho de que ahí se puede bailar pero no es un boliche y comer sin que sea un restaurant. Se toca arriba del escenario y abajo se despliega la rave, con todo lo que eso implica. Asimismo, cuestiona la idea de que sólo se baila si se conoce la canción, eso de que sin hit no se llega a ningún lado: "Sucede algo parecido a la música electrónica, aunque la percusión haya surgido hace miles de años. El tema es casi irrelevante, su gracia está en la construcción rítmica, en cómo se suma y cómo se resta, cómo se dosifican las energías", señala Santiago.

Repasando su historia, el percusionista revela de dónde surgió todo: "Yo no me imaginaba yendo a bailar cumbia o salsa, no porque no me gusten esas músicas sino porque no me siento incluido. Entonces tenía la necesidad de que existiera en la ciudad un lugar para poder bailar con percusión, pero no quería sentirme en Brasil, mi idea era que se sintiera que uno está donde está. La murga pudo convertirse en una tradición percusiva popular pero no lo logró, por eso acá hay pluriculturalismo, mixtura".

Para el grupo, evitar explícitamente los géneros es consciente. Puede que aparezca una chacarera, un ritmo electrónico, rapero, pero todo de refilón. Nada de lo que suena los lunes está escrito. Improvisan. El director, mediante señas creadas especialmente, corrige, orienta, retoma, recuerda o arenga según su gusto. Y además, los más de 15 integrantes de La Bomba aumentan el desafío invitando músicos: Dante Spinetta, el Chango Spasiuk y "Lolo" de Miranda! fueron algunos de los convidados con la improvisación y el delirio.

Tipo 19 horas el cruce de Sarmiento y Jean Jaures es un mini mercado callejero. Desde pan relleno hasta anillos ... Todo. En la fila sobran los morrales con colores psicodélicos, las calzas y las babuchas. Las alpargatas, ojotas y sandalias le ganan a los zapatos y los tacos. A la gente que convierte en rutina esta especie de peña/rave artesanal hay que sumarle los turistas. "No hicimos nada específico para que vengan. Si yo estuviera en una ciudad y pasara esto iría. Pero no tenemos intención de hacer un espectáculo for export".

¿Se asoma una nueva cultura del aguante?

Al salir, el mercadito no murió y la noche menos. Los volanteros fueron rápidos y ya lograron instalar cinco fiestas post Bomba en las que se puede seguir con esta ¿peña/rave?: "Para cada persona es algo distinto. Para nosotros es un ritual de mucho goce y también de compromiso, no es sólo un divertimento, sino un camino".


Andrea Alvarez: la opinion de una experta
Andrea Álvarez, ya tiene tres discos con composiciones propias, pero arrancó como percusionista. "Me fui a vivir a Nueva York y ya era batera. Cuando pensé en volver, en los 80', Charly García me dijo que iba a ser imposible conseguir laburo, que estaban de moda las percusionistas/coristas, así que me puse a aprender y volví para hacer eso. Al poco tiempo empecé a tocar con Soda Stereo y para el 89' ya había grabado en 10 discos. En el 98' armé un ensamble de percusión de mujeres que se llamaba Pulso Madre y de ahí no paré de experimentar".

Respecto a La Bomba de Tiempo, dice: "Los conozco a todos por separado y son de primer nivel. Santiago es groso, lo que hace es muy sofisticado".

Musicalmente destaca a la chacarera y la murga como tradiciones rítmicas, aunque cree que tienen una raíz más populares: "El estilo de La Bomba no es folclórico, sino uno propio de composiciones en tiempo real. La gente que lo sigue es más cheta, más clase media, más perfil universitario. Además, mantienen el bombo en negra en casi todo lo que tocan, como en la música electrónica, pero ahí es más orgánico".

Y ensaya una singular teoría sobre el fenómeno de sus colegas: "Yo creo que a los extranjeros les gusta la música étnica y por eso van en cantidades, y el argentino luego de la flexibilización laboral perdió su estabilidad, su conexión con la tierra y en consecuencia, el ritmo. En esta etapa hay una tendencia a recuperarlo. Y está buenísimo. Espero que todo el mundo aprenda a tocar los tambores porque, finalmente, hace que la gente esté más sana. Para esto el éxito de La Bomba de Tiempo ayuda. Además, la percusión es la historia de la humanidad y no se puede agotar jamás".

miércoles, 13 de enero de 2010

AF en diario Popular!!

No somos aficionados al autobombo, pero por ser la primera nota sobre el programa, creemos que vale la pena!
Chusmeen, opinen, critiquen... léanla!

martes, 12 de enero de 2010

El mito del Flaco

Luis Almirante Spinetta
Spinetta se autopresentó como un punto de pasaje de toda la historia del rock argentino: desde Nebbia hasta Mollo, pasando por Tanguito, Manal, Pappo, García y Soda. Cinco horas y media comprobando las ventajas de todo tiempo pasado, pese al "mañana es mejor".

por Pablo Alabarces
Crítica de la Argentina - 06/12/09

Mi relación con Spinetta ha sido difícil a lo largo de los 40 años que decidió festejar el viernes pasado. Simplemente, porque tengo 48; eso significa que el primer disco de Almendra está entre los primeros impactos culturales que recuerdo con alguna conciencia, ya alfabetizado y tratando de crecer solito: mis viejos siempre pensaron que el rock es un accidente musical que debió haber sido evitado. Tardé mucho en tener el disco, pero poco en que esos temazos me fueran deslizando hacia asumir una identidad –o una máscara, o un disfraz, o una pose–: yo sería rockero. Claro que cuando fui adolescente, el que terminó de operar el pasaje fue Charly con Sui Géneris. Que nadie se horrorice: todo Sui era más fácil y digerible, y a los 14 nadie puede ser demasiado lúcido estéticamente.

El asunto es que ser rockero permitía sobrellevar mejor el conflicto generacional y a la vez asumir el tránsito por la dictadura: inevitablemente para los más chicos, el rock nacional fue el refugio donde sentirnos más o menos contestatarios. En 1979, peregriné a Obras para ver a Almendra y oír por primera vez en vivo a Spinetta. Y aunque ya habían pasado Pescado Rabioso e Invisible, no pude sino seguir aferrado a Almendra: evidentemente, mi rockerismo tenía un corazoncito pop. Preferí el charlygarcismo y me refugié en sus pliegues. Spinetta quedó, entonces, como el primo lejano del que se tenían noticias cada tanto (aunque el primer CD que compré en mi vida fue Pelusón of milk).

Demasiadas veces me pregunté por qué había cometido ese pecado: oía y leía las afirmaciones perseverantes respecto de que Spinetta era lo más grande que le había ocurrido a la música argentina y me sentía un poco culpable o un poco ignorante, o ambas cosas. Supongo –hoy, a la distancia, obligado por esta contratapa y por las cinco horas y media que soporté el viernes a la noche– que me irritó siempre esa cosa un poco presuntuosa según la cual el Flaco era un poeta mayúsculo, mientras que a mí me costaba encontrar en sus letras algo más que retóricas ampulosas y sobreactuadas destinadas a generar el “efecto poético”: algo así como “no entenderán un pomo, pero justamente por eso creerán que soy un genio”. Y musicalmente, no me movía un pelo: pensaba que lo que Spinetta hacía ya lo habían hecho otros antes, y mejor (Beatles, Led Zepellin, King Crimson, el jazz rock).

Este texto no quiere ser simplemente una confesión: aquí no viene la parte en la que pido perdón y me autocritico, ante tanto lector a punto de pedir mi fusilamiento (porque el spinettismo incluye una dosis de fanatismo). Insisto en entender –y no me vengan con que no es una cuestión de entendimiento, porque justamente el spinettismo consiste en el culto de la inteligencia y la sensibilidad estética frente al pogo y al exceso corporal: el “aguante” que Spinetta celebró en su público el viernes a la noche consistía en soportar el frío y los exasperantes intervalos en que cambiaban la escena para cada banda. No se trataba de un aguante literal o chabón: era el aguante de los convocados al festín de la inteligencia y la nostalgia. Y ahí, entonces, mis dos claves.

El mito Spinetta se ha construido exactamente en torno de la inteligencia y la ilustración: qué otra cosa puede ser un tipo cuyo disco central se titula Artaud. Spinetta construyó una carrera sobre la idea de su música podía hacerte sentir inteligente aunque no lo fueras: que los sentidos convocados eran el oído y la razón, salpimentados con “el amor” y “la sensibilidad”, y con el auxilio insoslayable de la lectura –hasta publicar un libro de poemas, Guitarra negra, bastante malo por cierto. Un letrado: Spinetta es un letrado, un producto perfecto para clases medias que se imaginaban ilustradas hasta no hace mucho –hasta el menemato– y a las que el Flaco les permite seguir gozando de esa ilusión. En apoyo de esta hipótesis vienen sus “compromisos”: renuente a otras militancias, resulta que Spinetta ha descubierto la tragedia de los chicos del colegio Ecos y entonces organiza cinco horas y media de un recital único en la historia de la música argentina en torno de ello. Aun con la emoción y el desgarro que esa tragedia me provoca –no lo olviden: tengo hijos de la edad de las víctimas–, me parece un poco excesivo, al lado de, por ejemplo, Cromañón, una tragedia, además, rockera.

Y luego, dije, la nostalgia. El viernes, Spinetta se autopresentó como un punto de pasaje de toda la historia del rock argentino: desde Nebbia hasta Mollo, pasando por Tanguito, Manal, Pappo, García y Soda Stéreo. A pesar de sus reiteradas y certeras invocaciones sobre que “mañana es mejor”, pasamos cinco horas y media comprobando las ventajas de todo tiempo pasado. Eso no habla mal de Spinetta, cuyas mejores canciones tienen más de 30 años; habla mal de nuestra cultura y de nuestro rock. Para colmo: “Postcrucifixión” es una maravilla, pero yo quería escuchar “El anillo del capitán Beto”.